Su nombre desprende optimismo. El buque «Esperanza» de Greenpeace es todo un grito de guerra pacifista que recorre los mares del mundo con un único objetivo: mostrar el día a día de cada uno de sus marineros-activistas y acercar a la gente las campañas que realiza la entidad, país por país.
Tras ser bautizado por los internautas y visitantes de la página web de la Organización No Gubernamental, el Esperanza llegó a Greenpeace en 2002 como la última y más grande de sus embarcaciones.
De origen polaco y tras pertenecer a los bomberos rusos, el navío fue sometido a un arduo proceso de adaptación para convertirlo en una nave más respetuosa con el medioambiente. Ahora cuenta con sistemas de carburación especial para evitar derramamientos, propulsión diésel eléctrica o sistema de reciclaje de aguas residuales, entre otras muchas.
En definitiva, un barco a la altura de lo que se espera de una entidad ambientalista de la envergadura de Greenpeace.
A bordo, una tripulación máxima de 35 personas entre marineros, ingenieros, voluntarios o visitantes que, entregados, combaten las inclemencias meteorológicas y mantienen en marcha y a todo ritmo el buque.
Algunos llevan media vida en la ONG y, tras pasar tres meses a bordo y otros tres en sus casas y perderse muchos acontecimientos importantes con los suyos, aseguran que no cambiarían un modo de vida que les resulta «adictivo».
Partió hace cerca de tres meses del Golfo de México y, tras recorrer Panamá, Perú y Chile, ahora rodea la costa argentina con un objetivo claro: dar a conocer su labor y su vida dentro del barco. Una forma de apoyar la campaña local que, en este momento, denuncia la masiva deforestación de los bosques argentinos, novena en el ranking mundial de países que más han devastado sus áreas boscosas en los últimos 25 años.
Para ello, harán varias paradas en Mar del Plata, Rosario y Buenos Aires, donde abrirán las puertas de su embarcación a la ciudadanía para mostrar su modo de vida, el funcionamiento del barco y cómo se entrenan u operan en las diversas campañas que apoyan desde el barco.
En este caso, con la intención de mostrar a la ciudadanía las consecuencias de la pérdida de hectáreas y hectáreas de bosques, como las graves inundaciones que ha sacudido al cono sur latinoamericano y que ha provocado más de 150.000 evacuados.
La rutina del barco está bien estipulada: a las 7.30 horas de la mañana uno de los compañeros en turno llama a la puerta de cada uno de los marineros. Tienen hasta las ocho para vestirse, desayunar y empezar a trabajar en el mantenimiento y cuidado del barco.
Un descanso a las 10.30 de la mañana les permite desconectar hasta la hora del almuerzo, entorno a las doce de la mañana. A las seis de la tarde, la cena marca el fin de la jornada y un periodo en el que cada uno de los tripulantes puede charlar con sus compañeros o dedicarlo a aquello que deseen. Sólo el domingo les permite escapar, de alguna manera, a su rutina. Es el día de descanso.
A pesar de todo, no hay rutina que valga ante las inclemencias meteorológicas o los imprevistos que surjan durante la travesía.
El capitán, Daniel Rizzotti lo tiene claro, para formar parte de esta aventura es necesario un toque de «locura» para lanzarse al vacío por las causas ambientalistas que defienden y ser consciente de que, algunas de sus acciones, pese a mantenerse siempre en los límites de la ley, pueden llevarles en ocasiones a ser detenidos o sufrir penas de cárcel.
Toda su tripulación es plenamente consciente de ello y todos siguen sin querer bajarse de esta aventura que, a muchos, ha cambiado la vida.
Eduardo, Javiera y Vicky son voluntarios. A ellos la casualidad y unas ganas locas de comerse el mundo y luchar por un planeta mejor les ha llevado a embarcarse en el Esperanza y colaborar, sin retribución, aportando su tiempo, ganas y entusiasmo a la causa de Greenpeace.
Dani, el chef del barco, dejó una carrera exitosa en su México natal para luchar, desde la cocina, por un mundo más sustentable.
Y así hasta cerca de una veintena de tripulantes de diez nacionalidades diferentes que, con el inglés como lengua vehicular, comparten su día a día en un ambiente muy familiar.
Porque eso son en definitiva: un grupo de personas con inquietudes medioambientales similares que comparten su lucha por un planeta más sustentable a bordo del Esperanza.