Si hay algo que se vive con fervorosa intensidad casi en cualquier lugar del mundo es el fútbol. Ese deporte apellidado “rey” que consiste en – con mucha técnica, táctica y una pizca de suerte – correr detrás de una pelota durante 90 minutos con el objetivo de llegar a la portería contraria y marcar gol.

En Argentina, el sentimiento de pertenencia a un club se eleva a la máxima potencia. No hay grises, eres o no eres, perteneces a la tribu o no. Ir a la cancha es todo un ritual que en la mayoría de casos se inicia (casi) desde la cuna.

Durante los cuatro años que viví en Buenos Aires lo vi a menudo. Boca o River, Racing o Independiente, Huracán o San Lorenzo. Son solo algunas de las rivalidades clásicas de fútbol sudamericano.

Acudir a alguno de estos derbis es sinónimo de emoción, gradas llenas y un punto de peligrosidad, pues nunca se sabe como va a terminar el partido y si alguna de las hinchadas encenderá esa mecha.

La cosa suele cambiar si el equipo visitante es internacional.

Crónica de una final

El 2 de diciembre de 2015 acudí a la primera vuelta de la final de la Copa Sudamericana entre el argentino Atlético Huracán y el colombiano Independiente de Santa Fe. Fui con un compañero, un periodista deportivo y premiado escritor de cuentos que me iba relatando la magia de cada símbolo y los secretos del este nuevo lugar. Recuerdo frases sueltas:

“Fijate lo que tiene tatuado aquel”. Era el primero de los muchos cuerpos consagrados a su equipo que vi en Buenos Aires.

“Prestá atención a los cánticos”. Se va a caer la grada, pensé al verlos saltar sin descanso.

“Andá llamando al taxi que no da esperar afuera con el equipo”.

El Globito

Al Atlético Huracán lo apodan el Globo y a su hinchada los quemeros. Es un club humilde pero lleno de ilusión, energía y una afición imparable que durante todo el partido no cejó en su empeño por animar a su equipo.

En el estadio Tomás Adolfo Ducó cada instante se vivió con la intensidad del último minuto. El sonido de los tambores, los cánticos, las caras de sufrimiento en las jugadas más complejas o la alegría de los goles fue una constante durante todo el encuentro. Para los hinchas de Huracán, en su mayoría personas de clase media o baja, el fútbol es mucho más que un entretenimiento. Es su pasión, su desahogo, su tema de conversación y su plan de ocio. Son muchos los que llevan los símbolos de su equipo tatuados en la piel.

Ahora, a punto de finalizar la temporada de liga y de salvarse de un descenso que por momentos acechaba a las filas del rojiblanco, ha logrado sortear a grandes clubes del país como el River Plate y colarse por primera vez en su historia en una final de la Copa Sudamericana.

La Copa

Este trofeo instaurado en 2002 enfrenta a los 47 mejores equipos de América Latina y quien se alza con la copa tiene la oportunidad de disputar la Recopa Sudamericana ante el campeón de la Copa Libertadores de América y la Copa Suruga frente al campeón de Japón.

En la primera vuelta, celebrada en el estadio porteño Tomás Adolfo Ducó frente al Independiente de Santa Fe, ambos contrincantes quedaron en tablas luego de un primer tiempo con claro dominio del club argentino.

Una superioridad que el local fue perdiendo a medida que avanzaban los minutos en el cronómetro del árbitro y que hizo que por veces, el Independiente amenazara la portería del Huracán y pusiera en peligro el sueño sudamericano.

«Sabíamos que iba a ser un partido muy difícil. Muy trabado», dijo el entrenador de Huracán, Eduardo Domínguez, tras el encuentro.

Su homólogo al frente del equipo colombiano, Gerardo Pelusso, apuntó que se había quedado «satisfecho» con el resultado, ya que lograron controlar a la temida delantera del Huracán.

«Creo que estuvo controlado el partido. Empatamos y ahora definimos en casa. El partido de allá va a ser muy diferente a este, no tengo ninguna duda», declaró Pelusso.

La serie quedaba así abierta para cualquiera de los dos equipos.

El resultado

El juego torció la balanza a favor el equipo colombiano, que logró alzar la Copa Sudamericana.